No quisiera pasar
el día, sin que la memoria de Fernando, mi abuelo, resurja nuevamente, y que su
asesinato tal día como hoy de 1937, no sea olvidado.
Quisiera también
que fuera reconocimiento del dolor de la abuela María, de su rabia contenida,
cuando el salvoconducto de visita, se tornó en vacío, baldío e hiriente.
Trasluz de la inhumanidad de quienes lo expidieron.
Usurpadores de la democracia, la libertad, la
fraternidad entre las gentes, y las vidas ajenas.
La ilusión amarga
por ver encarcelado al ser querido.
Ilusión contenida en un pequeño papel pedido al mal. Transformada en dolor y rabia. Papel roto
como la esperanza perdida.
El dolo del engaño. La falta del despido, del adiós.
El vacío. Una habitación sin él.
La tarde triste. El
estallido lejano. La ilusión sesgada. El camino sin esperanza, en vano
recorrido. El engaño. La burla, el desconsuelo.
Todas estas
sensaciones debió de sentir regula María cuando esa tarde, tuvo que romper el
salvoconducto de visita, otorgado por un mal juez, que sabía lo inútil este.
Yo no sé si este
juez, militar por supuesto, río al escribir el salvoconducto para una viuda en
vez de una esposa. No se si no le era suficiente con ordenar ese día el
asesinato, que tuvo que sumar a este, la burla a sus seres queridos.
Lo sacaron a
escondidas en un camión, como a otros, sin previo aviso. Sin que pudiera
despedirse. Añadiendo al dolor de la condena injusta, la soledad del final
impuesta.
Aquella tarde, el
confesor, el cura de su cruzada iredentora, ante Fernando adjuró de ella,
comprobó que de parte del mal estaba.
La frase,
¡arrepiente de pecador! Que tantas veces había proclamado, no era para
Fernando, era para los que le mataban. Era para él, que como judas arrepentido, aquella tarde
renegó de su pasado.
Los asesinos salva
patrias, en su maldad, no usaban " el tiro de gracia". Esos rojos ,
no lo merecían. Vivos o muertos, enterrados.
Fernando, no logró
escapar a su destino, pero se resistió a morir a la primera.
La triste tarde, la
rabia contenida. Vociferantes fascistas reparan su cobardía.
Fernando, como
pocos, hasta su muerte hace distinta. Es la segunda.